Ineficiencia
y corrupción
gubernamentales
no son nuevas
en Venezuela.
Eran parte de
un modo de
hacer política
que, con
frecuencia,
prefería en
los cargos a
ineptos y
serviles
partidarios
que a
profesionales
capaces y
honestos. Hace
15 años salir
de la
corrupción,
del
clientelismo
político y
recuperar la
eficiencia
pública eran
un gran anhelo
y promesas de
cambio.
Lamentablemente,
hoy es
evidente que
han aumentado
la corrupción
y la
ineptitud.
Luego de estar
en el Gobierno
el tiempo de
casi tres
presidentes
(Betancourt,
Leoni y
Caldera)
juntos, con
mucho más
Poder y con
ingresos
superiores a 1
millón de
millones de
dólares, los
problemas del
país se han
agravado y
crece la
frustración.
Pensaron
que los
militares
“pondrían
orden” contra
la violencia,
pero en el
último año
superamos los
21.000
asesinatos. Es
difícil
entender que,
con precios
del petróleo
10 veces
superiores, el
endeudamiento
se multiplique
por 7, pasando
de 30.000
millones de
dólares (1999)
a 210.000
millones de
dólares (en
2012).
Prometieron
producción
endógena y se
importa todo,
sobre todo
alimentos, lo
que fomenta la
dependencia,
el desempleo
interno, la
fuga de
talentos y los
negocios para
los
productores
externos y los
importadores
gubernamentales
cubano-venezolanos.
Nuestra
inflación en
estos años es
3 veces
superior al
promedio
latinoamericano.
Parto
de la buena
intención
original del
régimen actual
y de su deseo
de sanar y
salvar al
país, pero si
el médico que
prometió curar
agrava la
enfermedad, se
impone la
pregunta sobre
su diagnóstico
y remedios
totalmente
desacertados.
En
un libro de
lectura
imprescindible
para
gobiernistas y
opositores (Guayana:
el milagro al
revés. Edit.
Alfa), Damián
Prat presenta
de manera
clara y
documentada el
desastre de
las Industrias
Básicas de
Guayana con
pérdidas
generalizadas
e
insostenibles.
En ellas,
además de la
incapacidad y
corrupción,
hay algo más
grave: el
empeño
obstinado, con
ciego
dogmatismo
ideológico, de
inventar una
economía
anulando los
resortes de la
productividad
y del éxito
empresarial.
Es orden
presidencial:
“Estas
empresas
socialistas y
cooperativas
no son para
obtener
beneficios ni
ganancias,
sino para
recibir lo
justo para
vivir y dar el
resto a la
comunidad”.
Suena hermoso
y humanitario,
pero es una
sentencia de
muerte para
los
trabajadores y
ruina para la
economía del
país. Las
empresas
básicas están
a pérdida y
necesitan
subsidios
petroleros
nacionales y
ayuda de
chinos,
suizos,
franceses…, a
cambio de los
recursos
naturales y el
negocio.
¡Trágico! Lo
mismo ocurre
con el
petróleo, la
agricultura,
los servicios
y hasta
educación y
salud.
En
los primeros
meses del
Gobierno en
1999 el grupo
investigador
de la UCAB del
estudio sobre
lo caminos
para salir de
la pobreza
multicausal
(clave de toda
política
nacional) fue
a ofrecer al
Presidente los
resultados de
la
investigación.
Considerábamos
nuestro deber
contribuir con
un Gobierno
que quería
cambiar las
cosas. La
reunión fue
muy cordial y
las preguntas
e
intervenciones
del Presidente
pertinentes.
Casi al final
dijo algo que
suena muy
bien, pero que
es trágico e
inolvidable:
“Tenemos que
inventar una
nueva
economía”.
“Inventar
economía” es
tan
disparatado
como nosotros
“inventar una
nueva
cardiología”.
Para ello el
Presidente ha
demostrado su
audacia y ha
tenido
recursos
económicos sin
límites, como
nadie en toda
nuestra
historia. Pero
una cosa es
recrear la
sociedad, la
política y la
economía y
otra
“inventar” la
economía, que
para él
significa
volver al
trueque (sin
dinero que es
encarnación
del mal),
eliminar el
interés y la
ganancia de la
empresa, con
“lo justo para
vivir” y “dar
el resto a la
comunidad”.
Sin búsqueda
de ganancia no
hay esfuerzo
productivo.
Por eso está
Cuba en la
miseria, sin
productividad
y sin salida.
La idea de que
la plusvalía
en la empresa
sólo se debe a
las horas de
trabajo de los
proletarios,
sin agregar
formación ni
especialización,
ni innovación
tecnológica,
ni riesgo
creativo, ni
inversión…,
lleva por
igual al
fracaso y al
odio contra
los
empresarios,
cuya esencia
criminal sería
apropiarse del
esfuerzo y de
la sangre del
trabajador.
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