Distinguidos colegas:
Me
permito enviar artículo escrito por el periodista, escritor y
columnista Inglés PAUL BEDE JOHNSON autor de unos 40 libros e
innumerables artículos sobre diversos temas, entre otros, política y
economía.
El trabajo anexo fue escrito hace veintidós (22) años y publicado por la revista Reader's Digest en su edición de Enero de 1.993.
Los invito cordialmente a leer este interesante trabajo sin perder de vista la fecha antes indicada.
Este
caballero puso en blanco y negro las consecuencias de implantar o
querer implantar un sistema, el cual para esa época, ya se sabía
fracasado pero que sin embargo en nuestra querida Venezuela hay quienes
todavía lo creen factible. RRZ.
COMIENZO
ESTADO BENEFACTOR
UN SIGLO DE HISTORIA
PAUL JOHNSON:
"Con la mejor de las intenciones, Nueva
Zelanda resolvió hace algunos años crear una sociedad más igualitaria. Comenzó por otorgar
modestas pensiones a aquellos trabajadores que habían llevado una "vida
sobria y respetable". Pero, poco a poco, el Estado benefactor se amplió y
todos, sin importar su condición económica, empezaron a recibir las dádivas del
gobierno.
La atención médica era gratuita. Los beneficios por desempleo se pagaban
sin fecha límite. Los hombres de negocios y los agricultores recibían cuantiosos subsidios. Las personas dependientes de la asistencia pública
obtenían casi tanto dinero como el que ganaban los trabajadores de tiempo
completo.
El resultado de todo ello ha sido una economía devastada y graves
limitaciones a las oportunidades comerciales.
Los neozalandenses, conceden mayor importancia a la igualdad que a la
competencia en todos los niveles de la sociedad.
En Nueva Zelanda hay casi la misma cantidad de personas que reciben asistencia
y beneficios públicos que de trabajadores activos. La tasa de crecimiento de su
productividad es una de las más bajas entre las naciones desarrolladas y, de
hecho, en 1990 su producto nacional bruto estaba disminuyendo. También ha
venido acumulando deudas.
Pero ya resulta evidente un cambio de tendencia. Alarmados por la
posibilidad de que el país acabe cayendo en bancarrota, los últimos gobiernos
han recortado los gastos en el renglón de bienestar social y han vendido
empresas estatales. Asimismo, se han suprimido los controles de precios y
salarios, se están reduciendo los subsidios y las barreras comerciales, y se
están suprimiendo empleos gubernamentales.
El relajamiento del control del Estado en Nueva Zelanda forma parte de un
movimiento mundial más amplio que se está verificando en las democracias
occidentales, el ex bloque comunista y los países del Tercer Mundo. Tan sólo en
1991 se privatizaron empresas estatales por valor de 49.000 millones de
dólares, lo doble que en 1990. La creciente libertad económica se está
convirtiendo en uno de los hechos decisivos que configurarán el tipo de mundo
que tendremos en el siglo XXI.
La pregunta que se formularán los historiadores del futuro no es por qué
los políticos y la opinión pública se volvieron contra el Estado benefactor,
sino por qué tardaron tanto en hacerlo. Si hay una teoría que haya sido puesta
a prueba y refutada, esa es la del Estado benevolente y todopoderoso, una
teoría que, en la práctica, ha provocado guerras grandes y pequeñas, la muerte
de millones de personas y la desvastación de económias y sistemas ecológicos.
Nunca antes había creado la humanidad un monstruo tan voraz. Tanto en su
versión totalitaria como en la socialdemocrática, ha puesto de manifiesto su
total ineficiencia, excepto en lo que se refiere a su capacidad para
despilfarrar recursos y vidas.
Esto ya era sabido en siglos pasados. Los autores de la independencia de
Estados Unidos, por ejemplo, concibieron una Constitución que imponía la menor
cantidad posible de restricciones a la libertad económica de los individuos.
El apoyo a la libertad económica dio pie a éxitos asombrosos. Entre 1800 y
1900, la población de Estados Unidos creció de 5.3 millones de habitantes a más
de 76 millones, transformandose con mucho en la económia más grande del mundo.
En el decenio de 1880 Australia disfrutaba de uno de los ingresos per cápita
mas altos del planeta. En 1920, con apenas un siglo de existencia, Argentina
habia accedido al octavo lugar mundial en el rubro de riqueza per cápita.
¿ Por qué, entonces, buena parte del mundo se apartó de la filosofía
económica que habia producido semejante prosperidad? . Algunos de los
indudables males que marcaron los inicios de la Revolución Industrial fueron
una de las causas. Pero la Primera Guerra Mundial constituyó el factor
decisivo. Condujo directamente al primer régimen totalitario en Rusia, y al
fascismo en Italia y en la Alemania nazi.
Asimismo, la conflagración enseñó a los gobiernos democráticos a
"dirigir" la economía, e imbuyó en el público la creencia errónea de
que el estado tenía todas las respuestas. A partir de la Primera Guerra
Mundial, no han escaseado los políticos dispuestos a apuntalar industrias
ineficientes y a proteger a la ciudadanía de las conmociones de la vida cotidiana.
En realidad, lo que los gobiernos desataron en la práctica fue el primer
gran embate de la inflación moderna. Para los años veintes, los precios al
mayoreo en Estados Unidos eran 1.5 veces superiores a la media anterior a la
guerra, en gran bretaña casi se duplicaron, en Francia se quintuplicaron y en
Italia se sextuplicaron.
Hay tres cosas que ninguna organización privada es capaz de realizar tan
bien como el Estado:
* Organizar la defensa nacional
*velar por el orden público y
*propiciar una moneda fuerte.
Fuera de estas tres funciones esenciales, cuantas más responsabilidades
asuma un Estado, menos probable es que las cumpla adecuadamente.
El mercado libre es un vasto sistema de información. Si no se le le imponen
trabas, establece con asombrosa exactitud y rapidez el valor real de todos los
bienes o servicios en cualquier parte del mundo. Las decisiones fundadas en
esta información suelen ser correctas.
Pero a medida que el Estado crece y obstaculiza el ejercicio libre de las
fuerzas del mercado, se deteriora la calidad de la información y se incrementan
las probabilidades de que las decisiones basadas en ella resulten incorrectas.
A fines de la decada de 1960, un desesperado planificador en jefe del gobierno
comunista polaco dijo: " en este desquiciado sistema ignoramos el
verdadero costo de las mercaderías. No sabemos cuáles fabricas son eficientes y
cuáles inoperantes, de modo que continuamente reforzamos el fracaso y
castigamos el éxito".
Rusia y todos los países organizados de acuerdo con los principios
marxistas padecen un problema especial. Marx y Lenin pensaban que todos los
intermediarios y empresarios eran "parásitos". En
consecuencia, la URSS nunca desarrolló un sistema de distribución eficaz. La
ineficiencia del transporte, combinada con las primitivas redes de venta al
por mayor y al por menor, hacían que el 40% de los alimentos del país se echara
a perder, fuera robado o devorado por los roedores antes de llegar a las
tiendas. Los principales beneficiarios de los 70 años de agricultura
colectivista fueron las alimañas. Fue la Edad de Oro de las Ratas.
La intervención estatal en las fuerzas del mercado también surte efectos
nocivos en las democracias occidentales. Los controles al precio de los
alquileres, establecidos para proteger a los inquilinos , inhiben a la
industria de la construcción, lo que redunda en la escacez de viviendas
asequibles. Los aranceles que protegen los empleos de algunos incrementan los
precios que pagan todos..., y les cuesta el trabajo a otros.
Una y otra vez debe repetirse el mensaje: por atractiva que parezca la
planificación central, a la larga exige un oneroso tributo.
Gran Bretaña es un ejemplo típico. En 1979, el año en que Margaret Thatcher
se convirtió en primera ministra, el país contaba con un enorme e ineficiente
sector público y un sector privado sobre el que pesaban fuertes impuestos. Los
gobiernos precedentes habían nacionalizado las industrias del carbón y el
acero, los puertos, los ferrocarriles. el gas, la electricidad, las telecomunicaciones,
los campos petroleros del mar del Norte. gran parte de las industrias
aeronáuticas, naviera y automovilistica, y hasta la producción de
microcircuitos integrados de silicio.
Para 1992, el 60% del sector nacionalizado ya se había vendido, y una nueva
nación de accionistas, que incluía a millones de trabajadores de estas
industrias, era propietaria de los títulos. La British Steel, que como empresa
nacionalizada sufrió una de las mayores pérdidas económicas en la historia del
país, es ahora una de las principales productoras de acero del mundo.
Miles de viviendas de propiedad pública se vendieron a los inquilinos. Las
tasas impositivas se redujeron y simplificaron.
Nada de esto fue fácil, pues los intereses creados se adherían como
sanguijuelas al navio del estado. Sòlo tras prolongadas batallas con los
síndicatos del sector público pudo la señora Thatcher reducir la participación
del gobierno en la económia. Pero el éxito de la ex Primera Ministra ha
propiciado un cambio fundamental en la actitud de los ciudadanos con respecto
al papel que debe desempeñar el Estado en su vida.
Prueba de ello fueron las elecciones posteriores. Los encuestadores estaban
seguros de que los conservadores, encabezados por John Major, perderían. La
situación económica era mala; y el Partido Laborista prometía una vida mejor, y
más justa, mediante el cobro de impuestos a los ricos para financiar una
expansión de los programas sociales.
Los expertos se quedaron perplejos cuando los conservadores invalidaron las
predicciones y triunfaron. Las entrevistas realizadas a los votantes que salían
de las casillas electorales pusieron de manifiesto que el llamamiento laborista
a una redistribución de la riqueza les parecía menos atractivo que la promesa
de los conservadores de introducir mayores oportunidades económicas.
Siempre habrá dificultades, y en ocasiones resultará inevitable acudir al
gobierno. Pero es de capital importancia impedir que el estado se vuelva tan
pródigo que debilite la voluntad de las personas de ayudarse a sí mismas.
También es de vital importancia recordar que, si bien la intervención estatal
puede traer beneficios a corto plazo, siempre acarrea costos, a veces ocultos
al principio, pero por lo general inmensos a largo plazo".
"Esta es la gran lección de nuestro siglo, y el aprendizaje ha
sido dificil"
PAUL BEDE JOHNSON, Noviembre 1.992
FIN DEL ARTÍCULO