Esta comparación fue mucho camisón pá Petra
Es
deseable hacer esa diferenciación. Creo que los resultados de las
elecciones del 6D han sepultado los restos de la llamada revolución
bolivariana, nombre mismo que es una afrenta a la memoria del prócer
venezolano. Es cierto que la revolución había venido muriendo por
fragmentos, con cada acto de abuso de poder, con cada acto ilegítimo de
sus líderes, con cada gesto vulgar y rastrero de sus principales
funcionarios, con cada nuevo narco-general indiciado por los Estados
Unidos. Pero el verdadero des-cabello tuvo lugar el 6D. Una relativa
baja abstención, una derrota aplastante para los candidatos del régimen,
representó un verdadero plebiscito.
La
muerte de la revolución bolivariana deja al país en la miseria más
trágica, inmerso en una pronunciada crisis moral. No creo que haya sido
una verdadera revolución sino un intento fallido de instalar en el país
una dictadura cívico-militar muy corrupta, el cual se quedó corto con la
muerte física de Hugo Chávez y su reemplazo por un bufón inepto y
pretencioso, quien llegó a creer que era un carismático reemplazo del
sátrapa fallecido. Revoluciones requieren actores excepcionales y esta
montonera del siglo XXI ha sido pródiga en patanes engreídos pero muy
escasa en verdadero liderazgo. Más allá del palabrerío cursi que los ha
acompañado durante estos 16 años solo quedan los restos del país: una
PDVSA quebrada, servicios públicos colapsados, un país endeudado hasta
el tuétano, sin credibilidad internacional y sin otros amigos que los
forajidos del ALBA y uno que otro pedigüeño del Caribe en búsqueda de
repeles.
Algo
diferente es el chavismo. Ese no ha muerto aún pero se ha ido
difuminando con mayor rapidez de lo que esperábamos. El chavismo es
diferente a la revolución, carece de substrato ideológico. El chavismo
que aún vive en Venezuela y en la región es un sentimiento, no un
movimiento. Tiene más que ver con la gratitud de venezolanos pobres y de
líderes regionales quienes recibieron de Hugo Chávez grandes dádivas.
Durante algunos años el dinero venezolano fue a parar, en inmensas
cantidades, a los bolsillos de millones de pobres y de regímenes
dispuestos a dar lealtad a cambio de esas dádivas. En Venezuela Hugo
Chávez pretendió sacar a los pobres de la pobreza mediante limosnas y
subsidios directos, sin atender a las causas estructurales de la
pobreza. Pretendió darles casas a los pobres sin sacarles el rancho de
la cabeza. Pudo hacer creer a propios y extraños que estaba liberando a
los pobres de la pobreza cuando, en realidad, todo lo que estaba
haciendo era poniéndoles dinero en el bolsillo. Todavía en el mundo se
piensa en Chávez como alguien que logró combatir la pobreza exitosamente
en Venezuela cuando hoy día, 16 años después de sus políticas de
prodigalidad, hay más pobres que nunca en Venezuela y se han esfumado
$2.3 millones de millones, un dinero que ya nunca regresará, buena parte
del cual está en bancos extranjeros en cuentas de los burócratas del
régimen y de sus amigos. La prodigalidad criminal de Chávez se asemejó
al padre irresponsable que gasta el dinero de la familia en farras con
sus amigos y en repartir propinas y dádivas. Claro que los beneficiados
por ello lo recordarán con gratitud pero, como el dinero se acabó y su
condición no ha mejorado de manera permanente, se sentirán
progresivamente defraudados y comprenderán, demasiado tarde, que su
escape de la pobreza fue una breve ilusión. La gratitud dará paso al
resentimiento en contra de quien les prometió lo que no podía cumplir.
El
chavismo demostró que el verdadero escape de la pobreza no se logra con
dádivas a los pobres sino empoderándolos para que logren convertirse
en productores, en ciudadanos, en integrantes contributivos y no
parasitarios de la sociedad. Esto no lo hizo Chávez. Solo la educación
ciudadana que induzca un cambio actitudinal puede lograrlo. No hay
estado, ciertamente no un estado pobre y quebrado como el venezolano,
que pueda llevar sobre sus hombros la inmensa carga de millones de
pobres que piden sin contribuir con su esfuerzo al bien común. Muchos de
los pobres venezolanos no podían ni pueden contribuir porque no están
capacitados para ello. Peor aún, hay muchos quienes se han acostumbrado a
ser mantenidos por el estado benefactor y van a requerir un tratamiento
de shock que los haga salir de ese engaño.
Educación
y trabajo son los dos pilares indispensables de una sociedad que pueda
sobrevivir en razonable buena forma. Y ambos pilares toman tiempo de
construcción a fin de lograr, algún día, una masa crítica de buenos
ciudadanos.
Hoy
estamos ante una crisis que no tiene soluciones mágicas. Todo lo que
podrán lograr los líderes venezolanos de los futuros 20 años es
minimizar el sufrimiento de los menos favorecidos, reducir en lo
posible nuestro alto nivel de invalidez social por medio de audaces
políticas de educación ciudadana, promover el empoderamiento para el
trabajo e inspirar a todos los venezolanos a meter el hombro para
compartir la carga.
No hay posibilidad de tener un gran país con una minoría de ciudadanos.