martes, 27 de enero de 2015

LO MALO DEL SOCIALISMO.....


Distinguidos colegas:
Me permito enviar artículo escrito por el periodista, escritor y columnista Inglés PAUL BEDE JOHNSON autor de unos 40 libros e innumerables artículos sobre diversos temas, entre otros, política y economía.
El trabajo anexo fue escrito hace veintidós (22) años y publicado por la revista Reader's Digest en su edición de Enero de 1.993
Los invito cordialmente a leer este interesante trabajo sin perder de vista la fecha antes indicada.
Este caballero puso en blanco y negro las consecuencias de implantar o querer implantar un sistema, el cual para esa época, ya se sabía fracasado pero que sin embargo en nuestra querida Venezuela hay quienes todavía lo creen factible. RRZ.

COMIENZO
ESTADO BENEFACTOR
UN SIGLO DE HISTORIA 
PAUL JOHNSON:
"Con la mejor de las intenciones, Nueva Zelanda resolvió hace algunos años crear una sociedad más igualitaria. Comenzó por otorgar modestas pensiones a aquellos trabajadores que habían llevado una "vida sobria y respetable". Pero, poco a poco, el Estado benefactor se amplió y todos, sin importar su condición económica, empezaron a recibir las dádivas del gobierno. 

La atención médica era gratuita. Los beneficios por desempleo se pagaban sin fecha límite. Los hombres de negocios y los agricultores recibían cuantiosos subsidios. Las personas dependientes de la asistencia pública obtenían casi tanto dinero como el que ganaban los trabajadores de tiempo completo. 
El resultado de todo ello ha sido una economía devastada y graves limitaciones a las oportunidades comerciales. 
Los neozalandenses, conceden mayor importancia a la igualdad que a la competencia en todos los niveles de la sociedad. 
En Nueva Zelanda hay casi la misma cantidad de personas que reciben asistencia y beneficios públicos que de trabajadores activos. La tasa de crecimiento de su productividad es una de las más bajas entre las naciones desarrolladas y, de hecho, en 1990 su producto nacional bruto estaba disminuyendo. También ha venido acumulando deudas. 
Pero ya resulta evidente un cambio de tendencia. Alarmados por la posibilidad de que el país acabe cayendo en bancarrota, los últimos gobiernos han recortado los gastos en el renglón de bienestar social y han vendido empresas estatales. Asimismo, se han suprimido los controles de precios y salarios, se están reduciendo los subsidios y las barreras comerciales, y se están suprimiendo empleos gubernamentales. 
El relajamiento del control del Estado en Nueva Zelanda forma parte de un movimiento mundial más amplio que se está verificando en las democracias occidentales, el ex bloque comunista y los países del Tercer Mundo. Tan sólo en 1991 se privatizaron empresas estatales por valor de 49.000 millones de dólares, lo doble que en 1990. La creciente libertad económica se está convirtiendo en uno de los hechos decisivos que configurarán el tipo de mundo que tendremos en el siglo XXI. 
La pregunta que se formularán los historiadores del futuro no es por qué los políticos y la opinión pública se volvieron contra el Estado benefactor, sino por qué tardaron tanto en hacerlo. Si hay una teoría que haya sido puesta a prueba y refutada, esa es la del Estado benevolente y todopoderoso, una teoría que, en la práctica, ha provocado guerras grandes y pequeñas, la muerte de millones de personas y la desvastación de económias y sistemas ecológicos. 
Nunca antes había creado la humanidad un monstruo tan voraz. Tanto en su versión totalitaria como en la socialdemocrática, ha puesto de manifiesto su total ineficiencia, excepto en lo que se refiere a su capacidad para despilfarrar recursos y vidas. 
Esto ya era sabido en siglos pasados. Los autores de la independencia de Estados Unidos, por ejemplo, concibieron una Constitución que imponía la menor cantidad posible de restricciones a la libertad económica de los individuos. 
El apoyo a la libertad económica dio pie a éxitos asombrosos. Entre 1800 y 1900, la población de Estados Unidos creció de 5.3 millones de habitantes a más de 76 millones, transformandose con mucho en la económia más grande del mundo. En el decenio de 1880 Australia disfrutaba de uno de los ingresos per cápita mas altos del planeta. En 1920, con apenas un siglo de existencia, Argentina habia accedido al octavo lugar mundial en el rubro de riqueza per cápita. 
¿ Por qué, entonces, buena parte del mundo se apartó de la filosofía económica que habia producido semejante prosperidad? . Algunos de los indudables males que marcaron los inicios de la Revolución Industrial fueron una de las causas. Pero la Primera Guerra Mundial constituyó el factor decisivo. Condujo directamente al primer régimen totalitario en Rusia, y al fascismo en Italia y en la Alemania nazi. 
Asimismo, la conflagración enseñó a los gobiernos democráticos a "dirigir" la economía, e imbuyó en el público la creencia errónea de que el estado tenía todas las respuestas. A partir de la Primera Guerra Mundial, no han escaseado los políticos dispuestos a apuntalar industrias ineficientes y a proteger a la ciudadanía de las conmociones de la vida cotidiana. 
En realidad, lo que los gobiernos desataron en la práctica fue el primer gran embate de la inflación moderna. Para los años veintes, los precios al mayoreo en Estados Unidos eran 1.5 veces superiores a la media anterior a la guerra, en gran bretaña casi se duplicaron, en Francia se quintuplicaron y en Italia se sextuplicaron. 
Hay tres cosas que ninguna organización privada es capaz de realizar tan bien como el Estado: 
* Organizar la defensa nacional 
*velar por el orden público y 
*propiciar una moneda fuerte. 
Fuera de estas tres funciones esenciales, cuantas más responsabilidades asuma un Estado, menos probable es que las cumpla adecuadamente. 
El mercado libre es un vasto sistema de información. Si no se le le imponen trabas, establece con asombrosa exactitud y rapidez el valor real de todos los bienes o servicios en cualquier parte del mundo. Las decisiones fundadas en esta información suelen ser correctas. 
Pero a medida que el Estado crece y obstaculiza el ejercicio libre de las fuerzas del mercado, se deteriora la calidad de la información y se incrementan las probabilidades de que las decisiones basadas en ella resulten incorrectas. A fines de la decada de 1960, un desesperado planificador en jefe del gobierno comunista polaco dijo: " en este desquiciado sistema ignoramos el verdadero costo de las mercaderías. No sabemos cuáles fabricas son eficientes y cuáles inoperantes, de modo que continuamente reforzamos el fracaso y castigamos el éxito". 
Rusia y todos los países organizados de acuerdo con los principios marxistas padecen un problema especial. Marx y Lenin pensaban que todos los intermediarios y empresarios eran "parásitos". En consecuencia, la URSS nunca desarrolló un sistema de distribución eficaz. La ineficiencia del transporte, combinada con las primitivas redes de venta al por mayor y al por menor, hacían que el 40% de los alimentos del país se echara a perder, fuera robado o devorado por los roedores antes de llegar a las tiendas. Los principales beneficiarios de los 70 años de agricultura colectivista fueron las alimañas. Fue la Edad de Oro de las Ratas. 
La intervención estatal en las fuerzas del mercado también surte efectos nocivos en las democracias occidentales. Los controles al precio de los alquileres, establecidos para proteger a los inquilinos , inhiben a la industria de la construcción, lo que redunda en la escacez de viviendas asequibles. Los aranceles que protegen los empleos de algunos incrementan los precios que pagan todos..., y les cuesta el trabajo a otros. 
Una y otra vez debe repetirse el mensaje: por atractiva que parezca la planificación central, a la larga exige un oneroso tributo. 
Gran Bretaña es un ejemplo típico. En 1979, el año en que Margaret Thatcher se convirtió en primera ministra, el país contaba con un enorme e ineficiente sector público y un sector privado sobre el que pesaban fuertes impuestos. Los gobiernos precedentes habían nacionalizado las industrias del carbón y el acero, los puertos, los ferrocarriles. el gas, la electricidad, las telecomunicaciones, los campos petroleros del mar del Norte. gran parte de las industrias aeronáuticas, naviera y automovilistica, y hasta la producción de microcircuitos integrados de silicio. 
Para 1992, el 60% del sector nacionalizado ya se había vendido, y una nueva nación de accionistas, que incluía a millones de trabajadores de estas industrias, era propietaria de los títulos. La British Steel, que como empresa nacionalizada sufrió una de las mayores pérdidas económicas en la historia del país, es ahora una de las principales productoras de acero del mundo. 
Miles de viviendas de propiedad pública se vendieron a los inquilinos. Las tasas impositivas se redujeron y simplificaron. 
Nada de esto fue fácil, pues los intereses creados se adherían como sanguijuelas al navio del estado. Sòlo tras prolongadas batallas con los síndicatos del sector público pudo la señora Thatcher reducir la participación del gobierno en la económia. Pero el éxito de la ex Primera Ministra ha propiciado un cambio fundamental en la actitud de los ciudadanos con respecto al papel que debe desempeñar el Estado en su vida. 
Prueba de ello fueron las elecciones posteriores. Los encuestadores estaban seguros de que los conservadores, encabezados por John Major, perderían. La situación económica era mala; y el Partido Laborista prometía una vida mejor, y más justa, mediante el cobro de impuestos a los ricos para financiar una expansión de los programas sociales. 
Los expertos se quedaron perplejos cuando los conservadores invalidaron las predicciones y triunfaron. Las entrevistas realizadas a los votantes que salían de las casillas electorales pusieron de manifiesto que el llamamiento laborista a una redistribución de la riqueza les parecía menos atractivo que la promesa de los conservadores de introducir mayores oportunidades económicas. 
Siempre habrá dificultades, y en ocasiones resultará inevitable acudir al gobierno. Pero es de capital importancia impedir que el estado se vuelva tan pródigo que debilite la voluntad de las personas de ayudarse a sí mismas. También es de vital importancia recordar que, si bien la intervención estatal puede traer beneficios a corto plazo, siempre acarrea costos, a veces ocultos al principio, pero por lo general inmensos a largo plazo". 
"Esta es la gran lección de nuestro siglo, y el aprendizaje ha sido dificil"

PAUL BEDE JOHNSON,  Noviembre 1.992

 FIN DEL ARTÍCULO

SOCIALISMO....QUE PASA CON EL SOCIALISMO


Distinguidos colegas:
Me permito enviar artículo escrito por el periodista, escritor y columnista Inglés PAUL BEDE JOHNSON autor de unos 40 libros e innumerables artículos sobre diversos temas, entre otros, política y economía.
El trabajo anexo fue escrito hace veintidós (22) años y publicado por la revista Reader's Digest en su edición de Enero de 1.993
Los invito cordialmente a leer este interesante trabajo sin perder de vista la fecha antes indicada.
Este caballero puso en blanco y negro las consecuencias de implantar o querer implantar un sistema, el cual para esa época, ya se sabía fracasado pero que sin embargo en nuestra querida Venezuela hay quienes todavía lo creen factible. RRZ.

COMIENZO
ESTADO BENEFACTOR
UN SIGLO DE HISTORIA 
PAUL JOHNSON:
"Con la mejor de las intenciones, Nueva Zelanda resolvió hace algunos años crear una sociedad más igualitaria. Comenzó por otorgar modestas pensiones a aquellos trabajadores que habían llevado una "vida sobria y respetable". Pero, poco a poco, el Estado benefactor se amplió y todos, sin importar su condición económica, empezaron a recibir las dádivas del gobierno. 

La atención médica era gratuita. Los beneficios por desempleo se pagaban sin fecha límite. Los hombres de negocios y los agricultores recibían cuantiosos subsidios. Las personas dependientes de la asistencia pública obtenían casi tanto dinero como el que ganaban los trabajadores de tiempo completo. 
El resultado de todo ello ha sido una economía devastada y graves limitaciones a las oportunidades comerciales. 
Los neozalandenses, conceden mayor importancia a la igualdad que a la competencia en todos los niveles de la sociedad. 
En Nueva Zelanda hay casi la misma cantidad de personas que reciben asistencia y beneficios públicos que de trabajadores activos. La tasa de crecimiento de su productividad es una de las más bajas entre las naciones desarrolladas y, de hecho, en 1990 su producto nacional bruto estaba disminuyendo. También ha venido acumulando deudas. 
Pero ya resulta evidente un cambio de tendencia. Alarmados por la posibilidad de que el país acabe cayendo en bancarrota, los últimos gobiernos han recortado los gastos en el renglón de bienestar social y han vendido empresas estatales. Asimismo, se han suprimido los controles de precios y salarios, se están reduciendo los subsidios y las barreras comerciales, y se están suprimiendo empleos gubernamentales. 
El relajamiento del control del Estado en Nueva Zelanda forma parte de un movimiento mundial más amplio que se está verificando en las democracias occidentales, el ex bloque comunista y los países del Tercer Mundo. Tan sólo en 1991 se privatizaron empresas estatales por valor de 49.000 millones de dólares, lo doble que en 1990. La creciente libertad económica se está convirtiendo en uno de los hechos decisivos que configurarán el tipo de mundo que tendremos en el siglo XXI. 
La pregunta que se formularán los historiadores del futuro no es por qué los políticos y la opinión pública se volvieron contra el Estado benefactor, sino por qué tardaron tanto en hacerlo. Si hay una teoría que haya sido puesta a prueba y refutada, esa es la del Estado benevolente y todopoderoso, una teoría que, en la práctica, ha provocado guerras grandes y pequeñas, la muerte de millones de personas y la desvastación de económias y sistemas ecológicos. 
Nunca antes había creado la humanidad un monstruo tan voraz. Tanto en su versión totalitaria como en la socialdemocrática, ha puesto de manifiesto su total ineficiencia, excepto en lo que se refiere a su capacidad para despilfarrar recursos y vidas. 
Esto ya era sabido en siglos pasados. Los autores de la independencia de Estados Unidos, por ejemplo, concibieron una Constitución que imponía la menor cantidad posible de restricciones a la libertad económica de los individuos. 
El apoyo a la libertad económica dio pie a éxitos asombrosos. Entre 1800 y 1900, la población de Estados Unidos creció de 5.3 millones de habitantes a más de 76 millones, transformandose con mucho en la económia más grande del mundo. En el decenio de 1880 Australia disfrutaba de uno de los ingresos per cápita mas altos del planeta. En 1920, con apenas un siglo de existencia, Argentina habia accedido al octavo lugar mundial en el rubro de riqueza per cápita. 
¿ Por qué, entonces, buena parte del mundo se apartó de la filosofía económica que habia producido semejante prosperidad? . Algunos de los indudables males que marcaron los inicios de la Revolución Industrial fueron una de las causas. Pero la Primera Guerra Mundial constituyó el factor decisivo. Condujo directamente al primer régimen totalitario en Rusia, y al fascismo en Italia y en la Alemania nazi. 
Asimismo, la conflagración enseñó a los gobiernos democráticos a "dirigir" la economía, e imbuyó en el público la creencia errónea de que el estado tenía todas las respuestas. A partir de la Primera Guerra Mundial, no han escaseado los políticos dispuestos a apuntalar industrias ineficientes y a proteger a la ciudadanía de las conmociones de la vida cotidiana. 
En realidad, lo que los gobiernos desataron en la práctica fue el primer gran embate de la inflación moderna. Para los años veintes, los precios al mayoreo en Estados Unidos eran 1.5 veces superiores a la media anterior a la guerra, en gran bretaña casi se duplicaron, en Francia se quintuplicaron y en Italia se sextuplicaron. 
Hay tres cosas que ninguna organización privada es capaz de realizar tan bien como el Estado: 
* Organizar la defensa nacional 
*velar por el orden público y 
*propiciar una moneda fuerte. 
Fuera de estas tres funciones esenciales, cuantas más responsabilidades asuma un Estado, menos probable es que las cumpla adecuadamente. 
El mercado libre es un vasto sistema de información. Si no se le le imponen trabas, establece con asombrosa exactitud y rapidez el valor real de todos los bienes o servicios en cualquier parte del mundo. Las decisiones fundadas en esta información suelen ser correctas. 
Pero a medida que el Estado crece y obstaculiza el ejercicio libre de las fuerzas del mercado, se deteriora la calidad de la información y se incrementan las probabilidades de que las decisiones basadas en ella resulten incorrectas. A fines de la decada de 1960, un desesperado planificador en jefe del gobierno comunista polaco dijo: " en este desquiciado sistema ignoramos el verdadero costo de las mercaderías. No sabemos cuáles fabricas son eficientes y cuáles inoperantes, de modo que continuamente reforzamos el fracaso y castigamos el éxito". 
Rusia y todos los países organizados de acuerdo con los principios marxistas padecen un problema especial. Marx y Lenin pensaban que todos los intermediarios y empresarios eran "parásitos". En consecuencia, la URSS nunca desarrolló un sistema de distribución eficaz. La ineficiencia del transporte, combinada con las primitivas redes de venta al por mayor y al por menor, hacían que el 40% de los alimentos del país se echara a perder, fuera robado o devorado por los roedores antes de llegar a las tiendas. Los principales beneficiarios de los 70 años de agricultura colectivista fueron las alimañas. Fue la Edad de Oro de las Ratas. 
La intervención estatal en las fuerzas del mercado también surte efectos nocivos en las democracias occidentales. Los controles al precio de los alquileres, establecidos para proteger a los inquilinos , inhiben a la industria de la construcción, lo que redunda en la escacez de viviendas asequibles. Los aranceles que protegen los empleos de algunos incrementan los precios que pagan todos..., y les cuesta el trabajo a otros. 
Una y otra vez debe repetirse el mensaje: por atractiva que parezca la planificación central, a la larga exige un oneroso tributo. 
Gran Bretaña es un ejemplo típico. En 1979, el año en que Margaret Thatcher se convirtió en primera ministra, el país contaba con un enorme e ineficiente sector público y un sector privado sobre el que pesaban fuertes impuestos. Los gobiernos precedentes habían nacionalizado las industrias del carbón y el acero, los puertos, los ferrocarriles. el gas, la electricidad, las telecomunicaciones, los campos petroleros del mar del Norte. gran parte de las industrias aeronáuticas, naviera y automovilistica, y hasta la producción de microcircuitos integrados de silicio. 
Para 1992, el 60% del sector nacionalizado ya se había vendido, y una nueva nación de accionistas, que incluía a millones de trabajadores de estas industrias, era propietaria de los títulos. La British Steel, que como empresa nacionalizada sufrió una de las mayores pérdidas económicas en la historia del país, es ahora una de las principales productoras de acero del mundo. 
Miles de viviendas de propiedad pública se vendieron a los inquilinos. Las tasas impositivas se redujeron y simplificaron. 
Nada de esto fue fácil, pues los intereses creados se adherían como sanguijuelas al navio del estado. Sòlo tras prolongadas batallas con los síndicatos del sector público pudo la señora Thatcher reducir la participación del gobierno en la económia. Pero el éxito de la ex Primera Ministra ha propiciado un cambio fundamental en la actitud de los ciudadanos con respecto al papel que debe desempeñar el Estado en su vida. 
Prueba de ello fueron las elecciones posteriores. Los encuestadores estaban seguros de que los conservadores, encabezados por John Major, perderían. La situación económica era mala; y el Partido Laborista prometía una vida mejor, y más justa, mediante el cobro de impuestos a los ricos para financiar una expansión de los programas sociales. 
Los expertos se quedaron perplejos cuando los conservadores invalidaron las predicciones y triunfaron. Las entrevistas realizadas a los votantes que salían de las casillas electorales pusieron de manifiesto que el llamamiento laborista a una redistribución de la riqueza les parecía menos atractivo que la promesa de los conservadores de introducir mayores oportunidades económicas. 
Siempre habrá dificultades, y en ocasiones resultará inevitable acudir al gobierno. Pero es de capital importancia impedir que el estado se vuelva tan pródigo que debilite la voluntad de las personas de ayudarse a sí mismas. También es de vital importancia recordar que, si bien la intervención estatal puede traer beneficios a corto plazo, siempre acarrea costos, a veces ocultos al principio, pero por lo general inmensos a largo plazo". 
"Esta es la gran lección de nuestro siglo, y el aprendizaje ha sido dificil"

PAUL BEDE JOHNSON,  Noviembre 1.992

 FIN DEL ARTÍCULO